Comenzaba el año 2016, el clima era otra vez de
turbulencias sociales de las más variadas, hasta el punto que grácilmente
subvertían palabras otrora honorables y honradas. Entre los sobrevivientes de
los nuevos fines del mundo, algunas almas con hormigas en el intelecto se
preguntaban vacilantes, mientras seguían intercambiando hojitas de a cientos y
de a miles, ¿qué será de la vida de Historias Pendientes?...
(¿resurgirá cual fénix entre los fuegos veraniegos?… ¿amarillentarán sus hojas de laureles otoñales?… ¿proseguirá una prolongada hibernación?… ¿o reflorecerá entre brisas primaverales?).
Diseminados por toda la ciudad y alrededores,
estaban flotando como polutas caprichosas los retazos de esas respuestas, que
luego el viento con sus mañas se encargaría de juntar. Desde fabuladoras
pinturas murales que misteriosamente quedaban siempre con una pincelada
pendiente, se iba cuajando una baba cinemática protoplasmática atravesando el
velo del tiempo con un haz de luz decisivo.
Tan solo hizo falta que una mente cuasiesquizoide,
oriunda del país que se complace con esporádicas visitas alicianas, y por
sugerencia del hidalgo Caballero de las Letras, dejara por un rato libre al
espíritu capaz de convocar a los cuatreros necesarios para esta osadía:
candorosos emisarios que en la Búsqueda del Tesoro desafían las reglas
establecidas (por no decir que hacen trampa) para así crear, multiplicar y
compartir generosamente sus encuentros.
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