Y es entonces que intuimos del Fuego su carácter Sagrado;
y, por más contradictorio que parezca, pero sin ser por ello menos cierto y
patente, reconocemos en él una impronta Hereje, y casi terrenal, sin llegar a
serlo del todo, pues más bien es algo más profundo: subterrenal, de interior
medular y nucleico. El interior del planeta y sus grutas de ríos de lava ardiente… el interior
de nuestros cuerpos y sus células combustibles… el interior de la materia y sus
átomos explosivos… el reverso mismo de la calma celestial, su nadir de sótano
infernal, iluminado por las tenebrosas luces caídas luciferinas, creadoras de
penumbras y de sombrías ilusiones para las cavernas platónicas, el reverso de
la razón; el interior de nuestras pasiones y sus ardores. Chispas de Evadán. Al contemplar de sus danzas quedamos subsumidos en la
hipnosis de un sueño magnético, que nos funde con nuestros Antepasados Ancestrales. Y mientras el humo se va diluyendo entre sinuosas
contorsiones felinas, su contingencia resalta la eternidad de la luz fueguina,
independiente de la fugacidad de su aparición en el mundo sensible.
Aun así la tenue pero implacable luz de una vela, nos alumbra desde Acá la conexión con el Más Allá y con los espíritus que ya no están en este plano dimensional. Así como unas furiosas e incontrolables llamas pueden destruir templos de piedra, de maderas, de carnihuesos, o de palabras impresas. Pero también su calor servicial nos prepara el alimento que nos reúne en torno a una mesa familiarmente cordial. Y desde antes de la Locomotora que acompaña nuestros mecánicos logros de nómades constructores y hasta de tenaces agricultores empedernidos y planetarios.
Aun así la tenue pero implacable luz de una vela, nos alumbra desde Acá la conexión con el Más Allá y con los espíritus que ya no están en este plano dimensional. Así como unas furiosas e incontrolables llamas pueden destruir templos de piedra, de maderas, de carnihuesos, o de palabras impresas. Pero también su calor servicial nos prepara el alimento que nos reúne en torno a una mesa familiarmente cordial. Y desde antes de la Locomotora que acompaña nuestros mecánicos logros de nómades constructores y hasta de tenaces agricultores empedernidos y planetarios.
Es de notar que a pesar de sus peligros lo
recreamos insistentemente con fogatas, saumerios, asados, motores, venganzas,
basurales, calefones, calderas, candelas, encendedores hurtados, hornos, hornallas, hogueras,
hogares, y extremos de cerillos. Tal es nuestra piromanía incendiaria, que somos
atraídos a su encuentro y contemplación sin siquiera la necesidad de
reconocernos dependientes del calor cobijador que ahuyenta las hipotermias de
lo inerte (y digo lo inerte como si
al dejar de Nombrarla pudiera escapar de su omnipresencia).
Dicen de las llamas que implican el poder de la purificación,
de la transformación combustible y alquímica; no sin dolor (como bien saben los
Institutos del Quemado, y lo recuerdan las cenizas que se van, y las cicatrices
que se quedan). No sin dolor… no sin bonzo dolor.