lunes, 18 de abril de 2016

Un sentir ecuménico


Y es entonces que intuimos del Fuego su carácter Sagrado; y, por más contradictorio que parezca, pero sin ser por ello menos cierto y patente, reconocemos en él una impronta Hereje, y casi terrenal, sin llegar a serlo del todo, pues más bien es algo más profundo: subterrenal, de interior medular y nucleico. El interior del planeta y sus grutas de ríos de lava ardiente… el interior de nuestros cuerpos y sus células combustibles… el interior de la materia y sus átomos explosivos… el reverso mismo de la calma celestial, su nadir de sótano infernal, iluminado por las tenebrosas luces caídas luciferinas, creadoras de penumbras y de sombrías ilusiones para las cavernas platónicas, el reverso de la razón; el interior de nuestras pasiones y sus ardores. Chispas de Evadán. Al contemplar de sus danzas quedamos subsumidos en la hipnosis de un sueño magnético, que nos funde con nuestros Antepasados Ancestrales. Y mientras el humo se va diluyendo entre sinuosas contorsiones felinas, su contingencia resalta la eternidad de la luz fueguina, independiente de la fugacidad de su aparición en el mundo sensible.

Aun así la tenue pero implacable luz de una vela, nos alumbra desde Acá la conexión con el Más Allá y con los espíritus que ya no están en este plano dimensional. Así como unas furiosas e incontrolables llamas pueden destruir templos de piedra, de maderas, de carnihuesos, o de palabras impresas. Pero también su calor servicial nos prepara el alimento que nos reúne en torno a una mesa familiarmente cordial. Y desde antes de la Locomotora que acompaña nuestros mecánicos logros de nómades constructores y hasta de tenaces agricultores empedernidos y planetarios.

Es de notar que a pesar de sus peligros lo recreamos insistentemente con fogatas, saumerios, asados, motores, venganzas, basurales, calefones, calderas, candelas, encendedores hurtados, hornos, hornallas, hogueras, hogares, y extremos de cerillos. Tal es nuestra piromanía incendiaria, que somos atraídos a su encuentro y contemplación sin siquiera la necesidad de reconocernos dependientes del calor cobijador que ahuyenta las hipotermias de lo inerte (y digo lo inerte como si al dejar de Nombrarla pudiera escapar de su omnipresencia).



Dicen de las llamas que implican el poder de la purificación, de la transformación combustible y alquímica; no sin dolor (como bien saben los Institutos del Quemado, y lo recuerdan las cenizas que se van, y las cicatrices que se quedan). No sin dolor… no sin bonzo dolor.







miércoles, 13 de abril de 2016

Un cuentito ecuménico


I

                Ambrosio el Patriarca, se encontró en la situación de que tener que evitar que continúen las depravaciones, los tumultos y el caos social generalizado. Se vio obligado así a inventar una deidad, que rija las pautas de comportamiento y pacifique su comunidad convulsionada.


II

                Desde la esfera celestial, el dios Aromeq observaba la orquestación de los hechos y actores que le indicaban que era el momento de que vuelva a irrumpir su manifestación divina en el mundo terrenal de los mortales.


III

                En otro orden de percepción, el ladrón arrepentido Calafone vio conmocionado cómo Ambrosio el Patriarca recibía la iluminación divina de Aromeq, que les revelaba su existencia tras una intensa epifanía.




ANEXOS

IV

                En otros tiempos, más lejanos, y en otras tierras, igualmente distantes, la Hermana Ascensión instruía a los niños en la devoción al Todomisericordioso Aromeq, y en el respeto a los demás, como les enseñó el Profeta. Y todos los días recitaba su secuencia de plegarias sagradas (que van intercalando entre alabanzas e instrucciones, y así renuevan los contratos para una relación más fructífera entre las partes).


V

                En la esfera política, Miguel Tercero prepara los trámites para desligar al Estado de la Orden Clerical y cesar con el tributo de los pagos semanales, presionado por los disgustos que dejaron las secuelas de las últimas Guerras Aromequianas, mientras sigue mandando a sus hijas a la escuela religiosa Nuestra Señora de la Santa Devoción.


-I

                En el Albor de los Tiempos, todo era agua y barro. Aromeq usa el agua para crear el firmamento, y el barro para crear a las criaturas acuáticas. Luego toma algunas de esas criaturas, y las remodela para crear a los animales aéreos y terrestres.

                Al sexto día decora su creación con vegetales y minerales. Después de eso, para no sentirse solo, toma un fragmento de un espejo, y con eso crea al ser humano.

                Tras un período de armonía entre las criaturas de su Creación, ese último ser creado, un día se le rebela, negando su carácter reflectante y pretendiendo ser él mismo un dios, y entonces inventa el fuego. Con eso despierta la ira de Aromeq, que como castigo lo divide en dos partes desiguales.

Pero después de un tiempo, viendo que cada parte sentía fuertemente la angustia de esa división, les regala el Sol, la Luna y las Estrellas, para que se entretengan observando sus movimientos y así logren ignorar la angustia.

Luego de ello no les habló más, y con el trascurso de los milenios fueron olvidándose de su origen divino.







viernes, 1 de abril de 2016

Muñeco de trapo


“ATRÁS QUEDAN LAS COMAS ARRASADAS POR EL VÉRTIGO DE LAS PALABRAS DESCONOCIDAS, AQUELLAS QUE NUNCA TUVIERON HOGAR Y SE ASENTARON EN EL HIELO DE LAS MIRADAS”  (N. Rojo).



De nada sirve ya hablarle a un muñeco de trapo, exponer las excusas cotidianas a un sustituto sin rostro, despojado de toda chispa, de toda gracia divina; que aunque vista las ropas que tal vez conserven el aroma de la ahora ausente, ya dejaron de serlo para convertirse en meros andrajos.

Cavilaba así mis oscuridades como el adicto a la nicotina masca ese chicle que nunca alcanza a calmar su ansiedad, mientras piensa frenéticamente en un oasis de tabaco, en idílicos tiempos pasados en los cuales el humo del cigarro podía fluir libre y paradisíacamente por su interior y ser exhalado en flotantes formas circulares que coronaban su satisfactorio reposo de guerrero.

Pero qué voy a decirle a este muñeco inmóvil. Los trastos de lo que fue distan tanto de lo que fue que dejan una mueca atroz, una expresión de desgarro: el rotograbado facial que queda al anoticiarse uno de la imposibilidad de huir de esa mirada sin rostro, que nos acusa desde sus paños. Unas telas desgastadas que con fragancias familiares visten la nada, pues al sacarlas desvistiendo al homúnculo, ya no quedaría muñeco que interpelar, y el perfume se diluiría irreversiblemente.

Eso nos lleva a aferrarnos a esa última y bizarra compañía, que algunos llaman recuerdos, y que la insistencia del paso del tiempo va convirtiendo en patéticas figuras inexpresivas, vacíos vestidos de trapos viejos, suvenires turísticos tan burdos como burlones, que sin embargo nos negamos a desechar, transformándolos en puentes que llevan a ningún lugar, puentes imposibles que aun así dan testimonio de que alguna vez existió un otro lado, y son ahora un monumento que nos mira en silencio.



“SIEMPRE ME CONMUEVE EL SILENCIO, Y MAS CUANDO BROTAN DE LAS PALABRAS. EL SILENCIO ES A VECES COMO UNA GUITARRA SOÑANDO UN SONIDO LENTAMENTE”  (N. Rojo).