Antes del Gran Cambio Climático Global, existían
en el ciclo del año cuatro estaciones bien diferenciadas: el Verano con sus
calores de plantas verdosas y días de pileta pelopincho, el Otoño que vestía a
los árboles de un naranja nostálgico por una etapa que se iba y nos preparaba
para el Invierno, que bajaba las temperaturas hasta cubrir de nieve albina
algunos pinos y mandarnos al lado de una estufa a leña, y la Primavera venía a
derretir los hielos con un calor templado ideal para la floración multicolor de
la vida, que se desperezaba después de una larga hibernación.
Pero la situación cambió después del Gran
Cataclismo. Cada estación quedó relegada a una esquina del cuadrilátero del
planisferio terrestre, y en el choque de sus bordes surgen toda clase de
turbulencias: tornados, tsunamis, maremotos, inundaciones… Y tanto los
ventarrones como las corrientes marinas, se encargan de llevar estos disturbios
tierra adentro… Por si ello fuera poco, finalmente se hicieron visibles los
temidos jinetes apocalípticos, y cada uno radicó su morada en un cuadrante,
dividiéndose cual TEG el territorio mundial. Así, en el Invierno del Norte
radica la Muerte, que se hace notar en forma de arrebatos de misantropía. En el
Otoño del Oeste se estableció la Peste, que se esparce a través de hematófagos
vampiros que disimulan su monstruosidad con el aspecto de pequeños mosquitos.
En el Verano del Sur se ubicó el Hambre, que mediante la ceguera gesta
desnutridos, entre sembrados enajenados o suelos fértiles sin cultivar. A la
Primavera del Este le tocó el más bélico: la Guerra, que invade territorios y
enloquece a su gente contaminando sus corazones con ideas de rivalidad.
Aguarden, no tiren aún la toalla, ni desesperen. Las
predicciones más optimistas (tomadas de psicografías de un profeta argentino
perdido en los 60’s) auguran que en un futuro cercano se reconciliarán las
partes y el clima volverá a la armonía cíclica de antaño. Mientras tanto,
aunémonos en las adversidades, amuchémonos sin discriminación de credos ni de
afinidades, seamos solidarios hasta con los enemigos, no dejemos que nadie
quede fuera de La Barca de Ararat. Y no salgamos sin paraguas, que en
cualquier momento pueden llover ranas y pescados.