Un cupido bromista cambió sus
flechas un día por un ovillo de lana,
y muy jovial fue enredando
con un tejido invisible cosas de lo más dispares:
tu vida alegre y la mía,
boletos de colectivo y unas tardes compartidas,
chicles de menta y boliches,
amistad y celosías.
Si no se ven esos hilos, sí
que se ven sus efectos,
siendo el material más fuerte
que se haya conocido.
Cuando empecé a notar la red,
ya era demasiado tarde,
yo era la mosca rodeada por
una gran telaraña;
no había escape posible, la trampa
se me cruzaba
con sus hilos pegajosos, a
cada paso que daba.
Me iba llevando de a poco
hacia el centro de la trama
donde esperaba ese hambre que
me tenía por presa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario