Como todo tiene su razón de ser, cuántas veces lo
que llamamos locura corresponde en
realidad con la incomprensión. Pero
la calificación de locura termina
allí, mientras que la de incomprensión
reconoce que hay algo incomprendido pero comprensible, con lo cual exige tácitamente
la responsabilidad de asumir una posición de ignorancia posible de ser
superada, y cambiando de esta manera el punto de vista: de lo observado y (des)calificado,
se pasa al observador, quien se reconoce entonces como el calificador que es,
en el acto mismo de nombrar.
Un loco
sería entonces una figura imaginaria equivalente a una bruja o un monstruo, es
decir, algo que no existe en sí mismo sino por quien lo nombra desde ciertas
normas y lo rotula como fuera de ellas: lo anómalo, lo anormal.
Y así pasa igualmente con tantos otros términos
que estigmatizadoramente se utilizan para desconocer la propia ignorancia, crear chivos expiatorios a medida de la necesidad, y así
evadir responsabilidades.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario