lunes, 25 de enero de 2016

Pampero (y la ciclotimia)



Un océano vivo terroso,
desplegándose hacia todos los puntos cardinales,
convierte al horizonte en infinito, en aro que nos rodea.

El viento no encuentra obstáculos
para transportar brasas, o hacer lo mismo con hielos,
quedando así liberado…
y a veces con ráfagas de furia, y otras con silbidos susurrantes,
les recuerda a los navegantes que se atreven a surcarlo
que este campo de La Pampa nunca fue domesticado.


Atravesando la calandria se convierte en melodía;
luego formando bandadas garabatea los cielos.
Vestido de trigal dorado hace un baile a ras del suelo;
después con forma de nubes tiñe el paisaje con motas
de unos pigmentos solares.

Trayendo lluvias riega las cosechas,
y con tormentas las azota.
Con forma de zorro corre a toda prisa,
enrosca su cola y se hace torbellino.
Alzando la tierra borra toda huella,
pulveriza el aire y se despereza.
Trayendo las plagas combate avionetas,
retuerce molinos, gira las veletas.



Por más sembrados que se planten,
por más postes que se instalen,

por más ganados que se siembren,
o cosechas que se ordeñen,
por más caminos que se tracen,
y tranqueras que se monten,

el campo no es de los hombres:
es un terreno del viento,
y un espejo para sus cielos.







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