Un océano vivo terroso,
desplegándose hacia todos los
puntos cardinales,
convierte al horizonte en
infinito, en aro que nos rodea.
El viento no encuentra
obstáculos
para transportar brasas, o
hacer lo mismo con hielos,
quedando así liberado…
y a veces con ráfagas de
furia, y otras con silbidos susurrantes,
les recuerda a los navegantes
que se atreven a surcarlo
que este campo de La Pampa
nunca fue domesticado.
Atravesando la calandria se
convierte en melodía;
luego formando bandadas garabatea
los cielos.
Vestido de trigal dorado hace
un baile a ras del suelo;
después con forma de nubes tiñe
el paisaje con motas
de unos pigmentos solares.
Trayendo lluvias riega las
cosechas,
y con tormentas las azota.
Con forma de zorro corre a
toda prisa,
enrosca su cola y se hace
torbellino.
Alzando la tierra borra toda
huella,
pulveriza el aire y se
despereza.
Trayendo las plagas combate
avionetas,
retuerce molinos, gira las
veletas.
Por más sembrados que se
planten,
por más postes que se
instalen,
por más ganados que se
siembren,
o cosechas que se ordeñen,
por más caminos que se
tracen,
y tranqueras que se monten,
el campo no es de los
hombres:
es un terreno del viento,
y un espejo para sus cielos.
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