Le había parecido un poco extraño el saludo que le
dio la chica de la verdulería, con una formalidad más acentuada que lo
habitual. Ella siempre había sido más simpática con él, y en ese momento la
notó distante y fría. De todas formas no le dio mayor importancia al asunto
deduciendo que tal vez la chica tuvo un mal día y habrá estado distraída con
cuestiones suyas que no le incumben.
Pero con el correr de la semana y por los hechos
que fueron sucediendo, recordó esa observación y le dio una interpretación más
escalofriante.
Y es que a la verdulera le siguió el carnicero, la
almacenera, la bibliotecaria y hasta el chino del supermercado, que con sutiles
pero evidentes gestos, le hacían saber que algo no andaba bien. Como si hubiese
sido declarado persona no grata en su
propio barrio y un halo de desconfianza lo siguiera por donde fuera que vaya.
Muchas horas se dedicó a pensar qué podría haber
originado dicho malestar, sin lograr esclarecer la situación.
Llegó el día martes, el día de la peña semanal con
sus amigos de ajedrez. Decidió que les comentaría esta situación, a ver si
saben algo que pueda dilucidar lo que pasa; pero cuando mandó un mensaje de que
estaba yendo, le llegó como respuesta que no tenían su número en la agenda y le
preguntaban quién era.
EPÍLOGO:
Pasaron varios meses de esos primeros episodios, y
lo que más lo inquieta del asunto es que aún no se acostumbra a la sensación de
ver un extraño en su casa. Ese rostro desconocido que encuentra cada vez que se
mira en el espejo.
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